Cuando nos mudamos de país vamos adquiriendo hábitos que nos ayudan a resolver situaciones prácticas a las cuales no nos enfrentábamos solas antes de la mudanza. Y si no es tu primera mudanza, vamos adaptando esos hábitos al nuevo contexto. Pero pedir ayuda no parece estar a la orden del día.
Con esto me refiero a organizarnos de manera independiente sabiendo que no contamos con ayuda ni un grupo de apoyo. Por supuesto que con el tiempo vamos encontrando un círculo de gente, aunque sea reducido, que puede darnos una mano en diferentes situaciones.
Delegamos algunas responsabilidades, pero por lo general son pocas. A la fuerza o a conciencia nos fortalecemos en la toma de decisiones y en la resolución de situaciones. No tenemos muchas más opciones, estamos en un país que no es el nuestro, no tenemos familia alrededor en quien apoyarnos y pedir ayuda. Si además eres de las que tiene una pareja que viaja mucho por trabajo, sabes que el peso cae mucho más sobre tus hombros.
En esa costumbre que adquirimos por resolver todo sin ayuda se van delineando nuestro carácter y accionar. Nuestro límite a la frustración va cambiando las coordenadas y si paramos para tomar un respiro podríamos afirmar que ha cambiado mucho quienes somos.
Como en todo, hay cosas positivas y negativas, nos convertimos en «mamá pulpo» que hace 20 cosas a la vez, piensa, define y resuelve con una agilidad irreconocible. Y además vive en otro país.
Nos empuja la situación en la que nos encontramos. Pero también necesitamos parar cada tanto, tomar aire y ver qué podríamos hacer para facilitarnos esta locura cotidiana. Lo último que se nos ocurre es pedir ayuda, sabemos que necesitamos resolver más y mejor pero nos cuesta reconocer que apoyarnos en otro mejoraría nuestra calidad de vida.
Ese otro puede ser una babysitter que venga dos horas por semana para que puedas irte a la clase de yoga que tanto necesitas, a dar vueltas por la ciudad sin rumbo fijo o a sentarte a tomar un café tranquila sin preocuparte por tus hijos.
No es fácil salir a pedir ayuda, nos programamos de tal forma que cuando nuestro sistema funciona, no queremos mover nada para que las cosas sigan fluyendo lo mejor posible. Pero llegamos a un punto en el que nos vamos quebrando por dentro, de manera poco visible al principio.
¿Qué es lo que nos impide ver esa necesidad que tenemos? ¿Cuáles son los mecanismos que debemos desandar para respetar nuestros límites? ¿Quién va a atender nuestras necesidades si no reclamamos por ellas?
Estas son algunas de las preguntas que nos hacemos en algunas casas y que llegan a algunas consultas individuales. La culpa es muchas veces parte de la respuesta. La carga que nos imponemos va de la mano con ello.
Si esto resuena contigo me encantaría que compartas tus reflexiones con esta comunidad de Mamás por el Mundo. Y si quieres contactarme personalmente, ya sabes que siempre estoy del otro lado de las pantallas para humanizar esta experiencia de vida en otro país.
Saludos,
Erica
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