mamá expatriada en singapur

Teníamos reservada para esta semana el relato de Susana, una mamá expatriada en Singapur que nos enganchó Una historia de valentía, coraje y sobre todo, amor.


Soy una nueva expatriada que se ha trasladado al otro lado del mundo por amor. Llevo tres meses viviendo en Singapur, un lugar en el que jamás de los jamases hubiera imaginado vivir. Tuve que buscarlo en el mapa para ubicarlo correctamente y averiguar que es una ciudad estado, del tamaño de Menorca aproximadamente, pero tan poblado como la isla balear en verano.

Mi historia empezó hace un año, al reencontrarme por Navidad con un viejo amigo que vivía fuera. Nos enamoramos como dos colegiales y tuve claro que no me quería perder esta historia, aunque tuviera que cruzarme el mundo con mi niña a cuestas.

Después de nueve meses de WhatsApp, Skype, FaceTime y toda la tecnología posible mediante, finalmente me trasladé a esta ciudad, más enamorada si cabe. Antes vine de visita para buscar casa. Gracias a un eficiente agente inmobiliario, y después de visitar unos veinte pisos, encontramos nuestro hogar, con algún pequeño tropiezo de por medio. Como es una ciudad fácil y poco agresiva, decidimos que lo mejor, por ahora, era vivir en el centro, y así estar mejor comunicados para todo.

No todo ha sido un camino de rosas hasta llegar aquí, porque ha habido días llenos de ansiedad y pesimismo.

Dejar el trabajo, aunque significaba una liberación, no fue fácil, porque siempre me he valido por mí misma y ahora iba a depender de otra persona. Mi futuro profesional actualmente me tiene bloqueada, pero esa es otra historia que abordaré con el nuevo año.

Organizar una mudanza, por pequeña que fuera la mía, y hacer una lista de todo lo que hay que cancelar, arreglar, contratar y coordinar antes de irse para mí fue como escalar el Everest con tacones. Sin embargo, lo peor, para lo que nadie está preparado, es despedirte de tu gente, porque aunque intentes relativizar, y sepas que esto no es el fin del mundo y que la bendita tecnología existe, es un espanto:

ver la cara de tus padres descompuestos cuando te vas, te rompe el corazón. Pero recibir todo el cariño de tus amigos y de gente que ni imaginabas es absolutamente increíble. Y no sabes cómo dar las gracias a todo el mundo por tanto amor.

Desde luego, el balance de estos tres meses es inmejorable. Para mi sorpresa, no me ha resultado difícil hacerme con la organización de una casa, yo que he sido un desastre doméstico con patas toda mi vida, ni me da tiempo a aburrirme ahora que no tengo un horario de oficina. Tuve una suerte fantástica al encontrar un colegio perfecto al lado mismo de casa. Y aunque tengo que ponerme las pilas con el inglés, ver cómo mi hija de tres años hace frases y pelea por hacerse entender, me motiva más y más a afrontar todo lo que venga. Ella se ha adaptado casi mejor que yo a esta situación, porque con tres años la noción del tiempo y del espacio no existe casi. Pregunta por sus abuelos, sus tíos, sus primos, y hasta por su antiguo cole, pero la novedad y el tenerme en casa, la tienen emocionada.

Para regularizar mi situación, nos hemos tenido que casar, y eso no hace más que aportar más felicidad a la relación con mi ya marido.

Ya sé que doy asco 😉 , pero es que a veces la vida se porta así de bien con uno. Con lo que no paro de dar las gracias a Dios, al Universo y a quien sea por esta oportunidad.

Ahora tengo por delante una inmersión de lleno en la cruda realidad, porque después de estos meses que parecen casi vacaciones con cometido, llega 2015 con una pila de propósitos. Quiero y tengo que buscar trabajo en un ambiente que no es el mío, con un pequeño caos mental al respecto y en un idioma y cultura que no conozco bien del todo. Pero voy a luchar como una salvaje porque esta historia siga siendo tan alucinante y, en una de estas, empiezo a hacer nuevos amigos, que es lo único que me falta ya.

Espero poder seguir contando mis avances por aquí. ¡Os espero en Singapur!
 

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