Nueva crónica de nuestra colaboradora, Expatriada por Cojones. Hoy nos deja su opinión sobre la conciliación en la expatriación y como es vista a través de los locales del lugar donde vive.
Tengo una vecina gallega que es profesora voluntaria en un centro para jóvenes. Da clases de español. Un día me la encuentro en el ascensor, otro hacemos un café y, al siguiente, el Kalvo y yo cenamos con ella y su marido en su casa. Hablamos de muchas cosas. Entre ellas, mi trabajo. Me pide que le deje ver algunos de mis documentales. Le paso dos. El primero, trata de la situación legal de las familias homoparentales en Europa. El segundo, va sobre un filipino que secuestró un autobús escolar para pedir mejoras en la educación de su país.
Días después volvemos a coincidir. Ya los ha visto. Me pide permiso para pasar uno en clase.
—Es que ya no sé que hacer para motivarlos. Creo que puede ser una buena idea. A los chavales les gustará hacer algo distinto.
—Por mí no hay problema.
—Les pondré el del filipino. El otro con, tanto gay y lesbiana, me da un poco de apuro… ya sabes como son aquí con este tema…
—Como quieras.
—Había pensado que podrías venir un día a clase y montamos un debate. ¿Qué te parece?
—Claro. Yo encantada.
—Ya te avisaré.
—Ok.
A la semana siguiente voy con ella al centro. Está cerca de mi casa. Es un edificio antiguo pero bien conservado. Tiene biblioteca, un patio exterior y unas cuantas clases. En ellas se dan talleres y cursos. Todo a un precio muy asequible. Tiene mucho éxito.
Entramos en su clase. Los alumnos ya están dentro. Todos son muy jóvenes. De unos veinte años. Hay chicos y chicas. Estoy un poco nerviosa pero intento que no se me note mucho. Hago algunas bromas para romper el hielo. Funciona. Nos sentamos en círculo y empezamos el debate.
Durante una hora hablamos de la libertad de prensa, los viajes a otros continentes, la televisión como negocio, la manipulación, la desinformación y un sinfín de cosas más. Antes de dar la clase por terminada, mi amiga les pone los deberes. Para el próximo día tienen que hacer una redacción sobre lo que hemos estado hablando.
Me despido del grupo. Estoy contenta de haber venido. He pasado un buen rato. Ha sido interesante hablar con estos chicos. Son curiosos. Eso me gusta.
Pasa otra semana y mi amiga me llama.
—Tengo las redacciones. ¿Por qué no bajas a casa y te las enseño? Hay algunas curiosas.
—Vale. Estoy ahí en cinco minutos.
Leo las redacciones. Son textos breves y no hay muchos, así que puedo mirarlos todos. Siento curiosidad por saber que han puesto. De entre todas las redacciones hay una en especial que llama mi atención.
Es de una chica. Escribe que mi vida le parece triste. Según ella, a causa de mi trabajo no puedo atender como es debido ni a mi marido ni a mis hijos. Después de exponer sus motivos, termina la redacción diciendo que siente pena por mí.
Me quedo unos instantes callada. Pensando. Reflexionando. Tratando de asimilarlo. Nunca lo había visto de ese modo. Quizás tiene razón. Su razón. Y la respeto. Pero yo tengo la mía.
Siempre he pensado que si yo soy feliz, mis hijos serán felices. Si yo estoy frustrada y triste, ellos recibirán frustración y tristeza. He conocido a algunas madres así. Para mí lo importante, como todo en esta vida, es encontrar el equilibrio. Una fórmula que te permita disfrutar de tu trabajo y de tu familia al mismo tiempo.
Yo no soy la misma que hace diez años, cuando estaba soltera y no tenía obligaciones. Podía permitirme el lujo de viajar o trabajar jornadas larguísimas sin preocuparme de nada más. Ahora, no. Mis prioridades han cambiado.
Ahora, mi prioridad es mi familia pero tampoco quiero que mi vida gire sólo entorno a ella. Es como una mesa. Tiene cuatro patas. Y las cuatro son necesarias para que se aguante.
Familia. Amor. Trabajo. Amistad. Estas son mis cuatro patas. Si consigo alimentarlas por igual sé que la mesa resistirá. Aguantará lo que le echen. Y cuando una de las patas se rompa, podré sostenerme con las otras tres mientras me encargo de arreglar el descalabro.
Un día los hijos crecerán. Se harán mayores. Dejarán el hogar. Emprenderán su propio camino. Es ley de vida. Y entonces ¿qué? No quiero sufrir el drama del nido vacío. Quiero a mi familia. Más que nada en este mundo. Por ellos sería capaz de hacer cualquier cosa. Pero también soy egoísta y me quiero a mí. Deseo tener una vida plena. Y eso sólo lo consigo encajando las distintas piezas del puzle. Estoy en ello. No es fácil. Me cuesta. Pero no por eso dejo de intentarlo.
Expatriada por cojones.
Sin duda, el tema de la conciliación da para hablar largo y tendido pero me gustaría saber cómo se percibe la conciliación, si es que existe, en vuestros destinos. ¿Nos lo contais?