Y yo que venía por un año

Os presentamos a Lai, mamá de dos «terremotos» expatriada en Chile y que escribe en su blog Así piensa una mamá. Las ganas de expresar su opinión y no siempre tener con quien compartirla a la distancia, la han hecho escribir, una de las cosas que más le gusta. Y yo que venía por un año…define la historia de su experiencia en la expatriación.


Hace 9 años aterricé en Chile para pasar las vacaciones, aprovechando que tenía unos amigos allí. En la capital ni me fijé mucho, aunque si me di cuenta de la cantidad de parques grandes que tenían, y de los enormes edificios acristalados que le daban un aire mucho más moderno del que me podía imaginar.

No pude conocer el país de punta a punta, pero quedé encantada con lo que vi en el sur. Volcanes, lagos, glaciares, paisajes verdes, llanuras, pueblos perdidos donde se comía mejor que en ningún sitio, pueblos de pescadores. Un país donde merecía la pena volver. Y me quedaba tanto por recorrer, más sur, más volcanes, y todo el norte con su desierto y sus lagunas.

Poco me imaginaba yo que 15 meses más tarde iba a estar aterrizando para venir a quedarme. Como decía yo por esa época, era por un año para probar trabajar afuera, y me volvía. Todos, familiares y amigos, me creyeron…hasta yo me lo creí.

Siempre he adorado Barcelona, así que no me imaginaba viviendo en otro sitio. Cuando me vine me acuerdo que me encantaba la canción “Marta, Guille y sus amigos” que hablaba de Santiago, de la cordillera, de vivir lejos de los amigos. El primer piso donde viví me regalaba esas vistas cada mañana, el amanecer sobre la cordillera de los Andes. Unas vistas que me han encantado siempre.

Lo pasé muy mal el primer año. Chile no me pareció tan receptivo como había imaginado, e integrarse en los círculos ya hechos es dificilísimo. Venirse a vivir aquí después de la universidad no es fácil, los grupos de amigos están formados, no se mezclan mucho entre ellos y no es fácil integrarse. Me sentía sola, no podía acaparar todo el tiempo libre de mi pareja, y me desvivía por un Skype, una llamada, o un sms que cruzara el atlántico. Me sentía muy aislada. Recuerdo que esas vistas de la cordillera que tanto me gustan me hacían sentir mucho más la distancia.

Pero el primer año pasó, la historia de amor se afianzó y no me volví como había asegurado. Aunque siempre he querido volver, y ese es un sentimiento con el que no es fácil adaptarse a la vida lejos de tu país.

Me había acostumbrando a la vida aquí, a las costumbres, ¡hasta al acento! 8 años después, aquí estoy, con dos hijas y una vida montada en Santiago de Chile. Es una ciudad tranquila para vivir, cómoda si te acostumbras a los atascos y al smog. Aquí, aunque los precios hayan subido mucho últimamente, se vive bien.

Al principio luché por entrar en círculos, y mi afición al fútbol me ayudó. Jugué al fútbol como nunca he jugado, mis rutinas giraban en torno a eso. Al convertirme en madre, volvió a crecer mi intención de volver. Necesitaba apoyos para esa etapa tan importante que sentía me faltaban aquí. 

Pero lo que más me ayudó, fue mi decisión de poner una pausa a la intención de volver, de dejar de pensar en ello continuamente, dejar de comparar una ciudad con la otra. Hacer un plan de futuro, quizás, pero dejar de pensarlo en el día a día, para liberarme de esa presión. Y eso me ayudó mucho. Me ayudó a apreciar las ventajas que Chile me había otorgado.

Pasé el primer año en casa con mi primera hija, 8 meses con la segunda. Tengo un trabajo media jornada que me encanta, que junto con el colegio, me permite pasar todas las tardes con mis hijas. Puedo ir a buscarlas al colegio, puedo hacer actividades con ellas por las tardes, las veo crecer y estoy con ellas, que es lo que siempre había querido al ser madre, disponer del tiempo para estar con mi hijos.

La maternidad y ese cambio de chip, me ha hecho ver a Chile con otros ojos, le he descubierto otros colores, otras ventajas, y aunque siguen sin gustarme muchas cosas, me gusta mi vida aquí y la disfruto.

Mi rutina aquí es muy diferente de la que llevaría en Barcelona, y me desvivo año a año por poder ir de visita, pero disfruto de mi día a día. De mi trabajo, de mis tardes de manualidades, de mis idas y venidas a casas de amigas de las niñas, de todo lo que implica la maternidad. Y en todo este proceso, descubro más panoramas, más actividades para hacer con las niñas que antes o no había o no quería ver.

En estos años he hecho muy buenas amistades, amigas del fútbol, del trabajo, de la rutinas de la maternidad. Quizás pocas en número, pero son las que tenían que ser. Cada una en su momento y a su manera me han ayudado a sentirme más de aquí…o a desahogarme criticando lo que no me gusta. Son mi familia chilena.

Y el blog, ese rincón donde puedo contar lo que me pasa, lo que siento, lo que hago, y que me ayuda a canalizar las emociones y apreciar las cosas que suceden, ha sido mi salvación en muchos momentos. Eso, y algún whatsapp a la otra punta del mundo.

En resumen, diría que Chile es un precioso país para venir de visita. Quedarse es cómodo, pero no fácil. Pero si encuentras tu espacio, tu rutina, te adentras en sus costumbres, en sus fiestas patrias, y te paras a mirar los colores del atardecer que te regalan los cielos con smog de Santiago, seguro que te gusta.

Lai


 
Podéis seguir más historias de Lai, en su blog.
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