Hace muchos años que vivo lejos de mi Argentina natal y estaba apenas recién casada al partir. Convertirme en mamá lejos de mi país y de mi gente fue darme cuenta que la frase ‘vas a ver cómo te cambia la vida’ me iba a quedar pequeña, porque mi vida ya había empezado a cambiar mucho pero aún no me había dado cuenta hasta qué punto iba a seguir cambiando. Pero más que nada descubrir a cada paso, cómo vivir la maternidad lejos de la familia.

Buscar un embarazo, elegir médico (preferentemente que hable tu idioma) y entrar de lleno en el sistema de salud de otro país fue un desafío que enfrenté con ganas, sorteando obstáculos administrativos y buscando términos médicos en el diccionario, porque esos no te los enseñan en ningún curso.

Cuando estás en pleno trabajo de parto y tu cabeza no da para hacer traducciones de las indicaciones de la partera, te das cuenta que ser mamá te dará mucho más que un hijo, te redescubrirás a pesar de la latitud, los idiomas y las diferencias culturales.

Tomamos la decisión de hablarle en español desde el primer día, con nuestro acento y expresiones típicas y cantando canciones de María Elena Walsh, que remitían a nuestra propia infancia y sus letras y mensajes nunca pasan de moda. Esa es, sin dudas, la mejor parte: ver crecer a tu hijo en dos culturas simultáneamente, mientras te enseña que ser madre en otro país es también aprender las canciones del jardín, en francés, inglés o alemán a tus 30 años. Y eso fue solo el comienzo de esta hermosa aventura de vivir la maternidad lejos de la familia.

La escuela primaria nos enfrentó a otros desafíos y curiosidades, a leer y escribir en dos idiomas al mismo tiempo, a mejorar juntos nuestro dominio de una nueva lengua, que se aprende muy diferente a los 6 años que cuando ya transitas la vida con título universitario en mano. Y la gran revolución llegó a mi casa cuando hubo que sentarse a hacer tareas en un idioma que no es el español, a asistir a reuniones de padres y descubrir las diferencias culturales, y al mismo tiempo cuánto nos une a las mamás más allá de nuestros orígenes. Definitivamente la maternidad en otro país no deja de enseñarme cosas cada día y a disfrutarlas aprendiendo con mis hijos.

La adolescencia me propone nuevos códigos, música y salidas. Me adapto, aprendo y no dejo de estar cerca. Intercambio ideas con gente de mi ciudad y con amigas de la infancia y noto que los desafíos son los mismos, hay algo que tiene que ver con aprender a acompañar a tus hijos en esta etapa, en la que necesitan más independencia y que de golpe te reposiciona en sus vidas. Hay debates, hay discusiones y hay intercambio. Siempre aceptando que el otro no está equivocado por pensar diferente. Y a pesar de que la adolescencia tiene «mala prensa» se disfruta mucho, o al menos hay que darle una oportunidad!

Ser mamá lejos de mi familia implica arreglármelas sola, bastante sola, organizando mis tiempos, mis necesidades y acomodando los intereses de cada miembro de la familia, como pasa en la cotidianeidad de muchas mamás. Es también aprender a compartir esa maternidad a la distancia y sorprenderme de cuán creativa puedo ser usando WhatsApp editando fotos y haciendo videos para compartir con mis seres queridos.

Poder mantener a los hijos conectados con nuestras propias raíces requiere de muchas energías y esfuerzo, ya que el gran desafío es ir encontrando un equilibrio entre la inserción en la cultura local y la práctica de las tradiciones familiares.

Sin lugar a dudas la palabra mamá es de esas que suenan bien en todos los idiomas. 

Saludos,

Erica

FOOTEREBOOK