MAMA EXPATRIADA EN MONTREAL

Soy una Mamá expatriada en Montréal. Así, mitad español, mitad en francés. Nací y crecí en Venezuela y hace un año me vine a vivir a la principal ciudad francófona de América del Norte.

Tengo 40 años (estoy muy orgullosa porque los acabo de cumplir); una nena de casi dos; un francés suficientemente fluido como para que me entiendan en el supermercado, pero que me gustaría hacer más bonito, francamente; y una vida que me va gustando cada vez más.
Es rarísimo vivir en una ciudad en la que casi todo el tiempo hace frío, pero uno se acostumbra. Siempre me gustaron las chaquetas, los fulares y las botas, así que vamos bien.

Lo que más me gusta de vivir aquí es la sensación de estar en un lugar en el que pasan cosas interesantes, una ciudad conectada con el resto del mundo (la cultura, la moda, la vida, pues), pero en una escala absolutamente humana y manejable.

Me gusta saber que mientras puedo ir a un museo a ver una exhibición de Sophie Calle, la gente todavía me sonríe en el Metro.

Lo que más extraño de mi país de origen es a la gente a la que quiero. Eso de encontrarte con alguien en la calle, darte un abrazo, quedar para un café. También extraño el chocolate, aunque aquí hay mucho y del bueno. Pero supongo que es una de esas cosas con las que creciste y que se te quedan tatuadas por dentro de la piel. Ningún chocolate me va a saber nunca mejor que el que se hace en Venezuela. El oscuro, específicamente.

Me voy adaptando a la vida aquí poco a poco y me da muchísima curiosidad ir conociendo cómo va a ser la vida de mi hija, que va a crecer en un entorno tan distinto al de sus padres. Pero tengo mucha fe en que todo va a seguir bien, en que ella va a ser feliz y en que todo esto que hemos hecho, que no ha sido fácil, ha valido la pena.

Empecé a escribir el blog (que es casi un diario), Mamá en Montreal, porque cuando llegué, mi hija estaba pequeñita y me di cuenta de que se me habían juntado dos experiencias muy fuertes (la maternidad y la inmigración) casi al mismo tiempo. Mi idea inicial era simplemente la de no volverme loca. No debes hacer eso cuando tienes niños, ya lo sabes, pero sobre todo, no debes hacer eso cuando tienes niños y has emigrado. Es como manejar y mandar mensajes de textos mientras te pones máscara en las pestañas. No se hace, pues.

Desde que lo abrí hasta hoy he aprendido muchísimas cosas. Como mamá, como mujer y como inmigrante, pero sobre todo como persona. Me he conectado con muchas personas, mujeres que son mamás, mujeres que están por serlo, mujeres que no lo son o no planean serlo y también hombres, papás y no-papás, que están por todo el mundo. Y lo que más me gusta de esta experiencia es ese contacto, esa identificación que hay con mis lectores que me ha llevado a desmitificar la idea de que cuando uno emigra se queda solo. Para nada. Todos estamos acompañándonos. Sólo hace falta que abramos la puerta para darnos cuenta. Este blog ha sido esa puerta.

Me siento muy agradecida de ese cariño que recibo a diario de parte de mis lectores. Me siento feliz de poder contar lo que me pasa por la cabeza y de que mis palabras resuenen en las emociones de otras personas.

Me siento honrada de poder seguir haciendo una de las cosas que más me gusta hacer, escribir en español, y que eso siga rindiendo frutos aún viviendo en una ciudad francófona dentro de un país mayoritariamente anglófono. Me siento bien.

Cynthia

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